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Plumas mediáticas

La celebración del día de Sant Jordi convirtió el centro de Barcelona en un hervidero de gente. Una marea humana que recorría las calles en busca de la mejor rosa y el mejor libro. Las Ramblas, el Paseo de Gracia y la avenida del Portal de l’Àngel abandonaron su gris habitual. Se vistieron de rojo, amarillo y verde para recibir a un público al que el calor del día le empujaba a salir de casa.
Paseando por estas calles se veía que el ingenio de los floristas se supera año tras año. Cada vez encuentran una nueva iniciativa para plasmar su seña de identidad en un día tan tradicional: poemas, chapas e incluso preservativos se han convertido en nuevos reclamos con los que intentan competir con sus vecinos de parada. Compañeros de fatiga que, como ellos, pasan todo el día detrás de dos caballetes y una balda de madera.
Las once de la mañana fue la hora elegida por las principales librerías de la ciudad para abrir las casetas por las que irían pasando, a lo largo del día, algunos de los escritores que este año tienen libros en el mercado. Elisa y sus dos hijos, Aina y Pau, llevaban desde las diez y media esperando a que abriera el stand de la Fnac para que Pilar Bardem les firmara su libro de memorias. “Como actriz la conozco poco, me gusta más como persona y por las ideas que defiende”, comentó Elisa. Media hora más tarde, una radiante Pilar Bardem, con esa elegancia que caracteriza a las grandes del cine, llegaba ataviada con un original abrigo de tonos azules y lilosos. “Me parece bellísimo y muy romántico unir la literatura y la flor. Me parece una cosa muy hermosa”, confesó la actriz. Antes de sentarse, Pilar se había fundido en un cálido abrazo con Lucía Etxebarria, a la que esperaban ya a esa hora de la mañana varias decenas de personas.

Pilar Bardem: “Me parece bellísimo y muy romántico unir la literatura y la flor. Me parece una cosa muy hermosa”.

En Portal de l’Àngel, frente al edificio de El Corte Inglés, la gente se agolpaba en torno a la caseta. Aquí, la carrera de fotografías, firmas y dedicatorias se la disputaban Ismael Prados, el popular cocinero de TV-3, y Boris Izaguirre. Los demás escritores parecían no abandonar la línea de salida. El colaborador de Crónicas Marcianas trataba a sus lectores como si los conociera de toda la vida. La expectación que levantaba entre el público quedaba patente: “Es un personaje mediático, pero si no hubiera base no sería nadie”, certificó María Rosa, una barcelonesa que acababa de comprar el libro del venezolano para regalárselo a su hijo, un joven estudiante de periodismo. “¡Es el mejor!”, gritaba otra mujer. Al poco rato, una señora mayor se le acercó para que dedicara el libro a su nieta Carolina, una chica rubia que, desde su silla de ruedas, lo observaba con mucha emoción. “Éste no”, le dijo Izaguirre a la mujer cuando le dio el libro. “Mire, está mojado”, le explicaba cariñosamente mientras se levantaba para saludar a la joven. Boris era, sin lugar a dudas, el gran reclamo de la jornada. Al menos eso pareció indicar Empar Moliner cuando, con cierta complicidad, le gritó desde el otro extremo de la mesa: “¡Estos mediáticos, que se lo llevan todo!”.
La mediatización de la jornada es lo que, precisamente, llevó a varios autores a negarse a firmar libros. “Quien no quiera firmar que no firme, pero que lo haga al estilo Salinger, y no convocando una rueda de prensa”, apuntó Moliner. “Éste es un día para la industria, como lo es la butifarrada de Vic”, añadió. Ella, desde su asiento, con su camisa floreada y una graciosa chapa en la que se leía “Pop will made us free”, atendía afectuosamente a quién se le acercara.

Empar Moliner: “Quien no quiera firmar que no firme, pero que lo haga al estilo Salinger, y no convocando una rueda de prensa. Éste es un día para la industria, como lo es la butifarrada de Vic”.

En la Plaza Cataluña esperaban a Alfredo Urdaci. El periodista llegaba con retraso. Nuria llevaba tiempo en la cola. “No lo admiro, pero quiero saber lo que explica”, detalló. Tras unos minutos, Urdaci hacía su entrada en la caseta acompañado de un camarero que le traía un café desde la cafetería del centro comercial. “¡No a la guerra!”, gritó una espontánea al verlo llegar. No logró respuesta alguna. Mientras, el periodista, ajeno a todo, empezó a firmar y a fotografiarse con las personas que se le acercaban. “Sois muy valientes”, le susurró una mujer después de que le dedicara el libro. “Hazme una foto”, le decía otro hombre a su esposa ante la sorpresa del periodista que, tras tanto flash, veía como el señor se iba sin comprarle el libro.
Siguiendo Paseo de Gracia arriba, el alud de gente era insoportable. Incluso para los camareros, que llegaban a las terrazas como si hubieran superado una carrera de obstáculos.
A las puertas de la Casa del Libro el caos ya era mayúsculo. La muralla humana que rodeaba las carpas impedía dar un solo paso a los transeúntes, mientras que los escaparates se convertían en improvisadas tarimas para reporteros y curiosos. Detrás de aquella marea de personas se escondían figuras como la de José Saramago. Entre tanto alboroto, Ana lograba escaparse por un extremo y salir corriendo. “¡Lo he conseguido, lo he conseguido!”, exclamaba, dirigiéndose a sus amigos, que la esperaban sentados en un café. Después de haber aguantado una de esas colas de atracción de feria, Carlos Ruiz Zafón le había dedicado su última novela. Toda una proeza ante tal aglomeración. “Está muy mal organizado todo”.

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